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Celebrando el centenario de Jesús Loroño: un ícono del ciclismo que dejó huella en la historia del deporte

El día en que cumplió 95 años, Bernardo Ruiz se dejó llevar por las lágrimas. Había fallecido su último amigo. “Qué triste es quedarse solo”, lamentó, la pesada carga del último superviviente. Con Jesús Loroño, más que amigos, fueron aliados circunstanciales en la lucha contra un adversario común: Bahamontes, a quien nadie podía tolerar por traicionero, rastrero y egoísta, y ningún ciclista se atrevió a brindarle apoyo en el camino hacia Tortosa. En la Vuelta de 1957, con Bernardo como locomotora, Loroño desmantela a Bahamontes, quien esa noche en el hotel intenta agredirle, y terminan a las manos. Bahamontes nunca logró conquistar la Vuelta.

La memoria en Orihuela es un cesto de cerezas, y el miércoles, en la celebración a Bernardo, que cumple 100 años, se habla de Loroño, que, si no hubiera muerto en 1998, habría cumplido también 100 este viernes 10 de enero, y le recuerdan en su pueblo, Larrabetzu, y en el alto de Sollube, junto a su monumento, como un puntal en la gran tradición ciclista vasca, un escalador fuerte, callado, de palabra, rey de la montaña del Tour en el 53, una escapada en el paso a nivel de Laruns, al pie del Aubisque, una caída de Koblet anfetamínico, victoria en Cauterets y fuga en los Alpes, Vars hacia Izoard junto a Louison Bobet, y si se habla de Loroño, esforzado, laborioso, pura voluntad, un hombre de palabra, de una sola palabra, se habla de Bahamontes, por supuesto, que fue todo lo contrario, charlatán, voluble y atrabiliario, y genial, sobre todo.

Todas las carreteras, todos los puertos, que hacen el Tour los recorrieron ellos antes. No hay Loroño sin Bahamontes y no habría habido Loroño si antes, en su Bizkaia, no hubiera habido un Vicente Blanco, El Cojo, trabajador del metal y remero en la ría del Nervión que subió a París en bicicleta para correr el Tour de 1910, y no llegó muy lejos, pero animó a otros vizcaínos a imitarle, como Francisco Cepeda, que se rompió la cabeza bajando el Galibier por el Lautaret hace 90 años por culpa de unas llantas de duraluminio que se recalentaron y se despegaron los tubulares, y a superarle, como Federico Ezkerra, gran figura del ciclismo español durante la República junto a Trueba, Berrendero y Cañardo, qué edad de oro rota por la guerra, y Ezkerra ganó etapa en Cannes en el 36, justo cuando Franco y sus secuaces dieron el golpe de Estado. La guerra acabó con ellos, y de la guerra salió otra generación guiada por Dalmacio Langarica, ganador de la Vuelta del 46 y protector, gregario, y consejero como un hermano mayor, de Loroño, y finalmente enemigo odiado, y llegan a las manos, y tanto se habían querido, porque cuando seleccionador nacional decide que el líder del equipo en el Tour del 59 debe ser Bahamontes, y que si Loroño quiere ir debe jurarle fidelidad al Águila de Toledo y dejarle su rueda si pincha.